La cinta narra el relato de una familia a través de los recuerdos del hijo mayor, Jack, quien ha vivido una conflictiva relación con su tiránico padre (Brad Pitt). Jack (como adulto, interpretado por Sean Penn) se siente como un alma perdida en el mundo moderno, en busca de respuestas sobre el origen y el significado de la vida, a la vez que cuestiona la existencia de la fe.
A través de la imaginería singular de Malick, la película describe cómo las fuerzas de la naturaleza y la gracia espiritual condiciona la existencia de todo ser humano. El árbol de la vida se estrenó en España el 16 de septiembre.
La reflexión
Tratar el tema de Dios es arriesgado. Y lo es porque no se hace en ningún sitio. Somos posmodernos y debemos dedicarnos a temas insustanciales, fragmentarios y con poco peso. Es lógico. Pasamos con facilidad pasmosa sobre temas tan diversos como la boda de una aristócrata o la cruda realidad de cinco millones de desempleados. La posmodernidad iguala una cosa con la otra y sólo permite un leve suspiro como máximo intento de reflexión.
El tema de Dios es eterno porque no es posmoderno. Malick –hay que reconocerle que va a su aire- nos sumerge en esta realidad tomando como excusa la historia de esa familia american de los años cincuenta.
Y lo hace sumergiéndonos en una triple historia. La propia de la familia, los recuerdos del hijo mayor y el ojo de Dios que todo lo ve y espera a que podamos comprender su lógica. En la propuesta de Malick, la única lógica. El final de la película es definitivo en este sentido.
Lo más conseguido
Una historia típica con los tópicos de siempre –salida de la niñez, relaciones familiares contrapuestas- que engancha con facilidad.
La música, que es algo más que un mero recurso narrativo.
La actuación del niño protagonista.
Lo menos conseguido
La lentitud en los tiempos y cambios argumentativos.
Las pocas pistas de guión. Es fácil perderse porque da cosas por sabidas y el espectador tiene que ponerlas por sí mismo.
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