Todos
están bien es un remake americano, de la obra original de Giuseppe Tornatore,
dirigido en 2009 por Kirk Jones. La trama de la cinta, aún no dando mucho de sí,
creo que aporta elementos interesantes para analizar la labor de un padre en
ese tema complejo que es la educación de los hijos.
El
protagonista es Frank Goode, magistralmente interpretado por Robert de Niro. El
perfil del personaje es fácilmente comprensible desde los inicios la película. Viudo,
jubilado, los hijos ya crecidos y diseminados por el país, solo y con ciertos
remordimientos de conciencia. Presiente que no ha sido un buen padre aunque se
haya pasado toda su vida trabajando como una bestia para sacarlos adelante.
Toda
esta amalgama de situaciones y sentimientos se hacen plenamente conscientes, en
su inteligencia y en su corazón, cuando quiere organizar una barbacoa en su
casa con sus hijos y todos excusan, finalmente, su asistencia por cuestiones de
agenda. Frank decide, entonces, hacer las maletas e ir a visitar a cada uno de
sus cuatros hijos por la geografía norteamericana.
Hasta
que enviuda, el nexo de unión y el sustento de la armonía familiar fue su
mujer, la madre de sus hijos. Ésta hablaba con ellos y sabía de sus vidas. Él,
sólo se limitaba a preguntar qué tal todo. La respuesta de la madre era siempre
la misma: todos están bien. La madre, conocedora de su marido, agrandaba
las noticias positivas de sus hijos y omitía las negativas.
Frank,
quizás no ha sido un buen padre, pero sabe querer lo suficiente para descubrir,
en su periplo, que sus hijos, en verdad, no son como él imaginaba; ni en sus
vidas ni en sus situaciones vitales. En definitiva, no los conoce y, por tanto,
sus hijos no cuentan con él. Y hasta aquí, la trama de la película, en lo que
se pueda contar, para no destriparla.
Más
allá del gusto del cine americano por criticarse a sí mismo en la
indiosincracia de su sociedad, creo que la figura de Frank Goode refleja, con
exactitud, la situación de muchos padres actuales. Han ejercido su rol como
padres ante unos hijos que no han entendido ere rol de ninguna manera.
Ya
no vale, quizás no ha valido nunca, asemejar paternidad con el sustento económico
de una familia. Y no creo que el motivo de esto sea el desfase generacional que
hay entre padres de un siglo pasado e hijos de una nueva época histórica. El
cariño traspasa esas dificultades y cualquier otra.
El
asunto es más complejo y, por tanto, más simple. Hay que buscar el equilibrio.
Ni padres sustentadores económicos –anacronismo ya superado- ni padres dulzones
que crían a hijos con una voluntad raquítica.
La
clave, en la película. Es esencial que un padre cree el ambiente propicio para
que los hijos puedan contar que las cosas no van bien cuando éstas, realmente, no
vaya bien. Ese ha sido el gran error de Frank y no otro. No haber creado ese
clima.
Su
muletilla educativa era la siguiente: quiero estar orgullosos de vosotros cuando
seáis mayores. Si dices eso a los hijos, si las cosas no les van bien, no te lo
van a contar. Y no por falta de confianza sino por miedo a que les quieras
menos y los puedas considerar como fracasados.
Los
padres, no tiene que estar orgullosos de sus hijos. Es al revés. Son los hijos
los que tienen que estar orgullosos de sus padres. Esa es la clave del éxito.
Lo demás, es eclipsar la figura paterna con modernidades que no conducen a
nada.
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