Las lágrimas más amargas derramadas
sobre nuestras tumbas son por las palabras nunca dichas y las obras inacabadas.
Beecher Store
Quizás,
esa frase resuma, a la perfección, al atormentado E. Sinclair, protagonista
de Demian, de Herman Hesse. Y, también, sin duda, esta
necesidad personal de explicar esta obra porque era, y es, una explicación
debida y no realizada.
Digamos
lo que no es Demian aún siendo evidente las influencias, que en este
autor tienen un conglomerado de tesis que nos vuelven la mirada hacia Jung,
Nietzsche, el gnosticismo o, simplemente, a los dilemas morales
del joven protagonista, Emil Sinclair. Salgamos al paso de esos
estériles análisis –Demian no es la influencia de…- comenzado por la presencia
de las tesis de Jung en esta obra.
Hesse
y Jung mantuvieron una estrecha relación personal gracias al interés de
ambos por los temas mitológicos, de origen oriental, como camino sugerente y
estimulante para llegar al descubrimiento del yo personal. Al mismo tiempo, les
unía el desconocimiento que, sobre esos temas, se vivenciaba en la
intelectualidad europea de la época y de los que ellos no eran partícipes.
Los
acercamientos hacia la interioridad del yo, en esta vieja Europa, o en el mundo
occidental, siempre han estado vinculados a la ciencia en cualquiera de sus
manifestaciones: psicología, psiquiatría, antropología o las humanidades, en
general. Mucho más en la primera mitad del siglo anterior.
Nuestro
yo no es consciente –intentemos explicar a Jung apostando por lo
didáctico y no por la erudición- de la presencia inconsciente de imágenes y
símbolos que nos determinan y que no tienen una construcción que provenga de
aprendizaje alguno. Se trata, más bien, de una memoria colectiva de la que
participamos por ser humanos y que tenemos en nuestro interior por una especie
de transmisión de una generación a otra. Y, así, desde nuestros orígenes.
Este
inconsciente colectivo –Jung lo denomina pomposamente así- se activa con
ocasión de circunstancias dramáticas de nuestra vida. Mientras, está como
oculto en espera de hacerse patente. La manifestación de ese inconsciente colectivo es el
arquetipo.
Todo
esto queda reflejado, por ejemplo, en lo que le dice Pistorius a Sinclair
en una de sus diversas conversaciones nocturnas, tumbados en el suelo y con la
sola luz del fuego -como nuevo elemento simbólico de las tesis de Jung que
aparece en la obra- al modo de mantra que ahuyente la tiniebla interior de
ambos personajes.
Cada
uno de nosotros es el ser total del mundo, y del mismo modo que nuestro cuerpo
integra toda la trayectoria de la evolución, hasta el pez e incluso más atrás
aun, llevamos también en el alma todo lo que desde un principio ha vivido en
las almas de los hombres.
Sinclair,
al modo socrático, le argumenta con una nueva pregunta.
Entonces,
¿por qué aspiramos aun hacia algo si todo lo llevamos ya acabado en nosotros?
Pistorius
concluye, más o menos, de esta manera: Puede que llevemos el mundo dentro de
nosotros –inconsciente colectivo- pero no lo sabemos.
Y,
en definitiva, ese es Emil Sinclair: no sabe quién es e intenta
aprehenderlo con ocasión de las situaciones existenciales en las que se va
encontrando a lo largo de su vida y en función de los personajes que se acercan
a la misma: el torturador de Kromer, el redentor inicial de Demian,
el sustituto ocasional de Pistorius, la aparente realidad de Beatrice,
o la posible solución de Eva.
Gran
construcción literaria de Hesse al poner en la trama de su Emil
Sinclair a personajes que activan ese inconsciente colectivo descrito para
que el protagonista encuentre su propio yo. Esto es así pero, en definitiva, no
se puede afirmar que la historia que lleva por título Demian sea, sin
más, un desarrollo literario del inconsciente colectivo de Jung.
Seguiremos.
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