Los líderes surgen, de manera natural, entre un grupo de personas que sobrellevan una determinada tarea en común. Este liderazgo se puede fundamentar de diversas maneras pero sólo aguanta y se solidifica, en el tiempo, si el líder tiene catadura moral. Todo lo demás -habilidades, empatía, poder, etc.- se queda hueco si el líder no posee un discurso avalado por unos hechos.
Antes de la revolución digital, quizás un líder podía mantener su rol aunque no llevara una vida ejemplar. Una vida poco loable era fácil de ocultar. Mucho más en tiempos pretéritos, no tan lejanos, en los que el líder venía impuesto por razones de sangre o de fuerza. La poca información que circulaba era controlada de manera absoluta. Un líder impuesto es una contradicción en todos sus términos.
Con el advenimiento de la democracia y la sociedad global, un líder debe ganarse su puesto mediante los lazos de los votos y la honradez de sus obras y de aquellos que le rodean. Afortunadamente, ambas realidades están intrínsicamente unidas.
Producen estupor los políticos que pretender limpiar sus corrupciones con el aval de las urnas. El mismo sonrojo provocan los que se adueñan de una patria sin haber sido refrendado por los votos.
El Rey Jorge V muere y le sucede en el trono su hijo Eduardo VIII. Eduardo no lleva una vida ejemplar y se ve obligado a abdicar. Le sucede en el trono su hermano, segundo en el orden de sucesión, que reinará bajo el nombre de Jorge VI.
Bertie, así es llamado Jorge VI en la película El discurso del rey, es honrado y se sabe líder de su pueblo. Afirmar que las monarquías democráticas parlamentarias no son legítimas es tan absurdo como afirmar que los votos libres no son la democracia.
Pero tiene una dificultad que le paraliza desde pequeño. Es tartamudo. Afortunadamente eso no es cortapisa para una vida digna pero Bertie, al saberse líder, comprende que debe poner su voz al servicio de su pueblo en un momento especialmente difícil: la segunda Guerra Mundial. La trama de la película se centra en esta circunstancia.
Finalmente, Bertie supera su problema y el pueblo encuentra en sus palabras –en su esperado discurso- el empuje moral que necesita para enfrentarse a una situación tan dramática. Las palabras sin hechos son huecas: los hechos sin palabras son ciegos.
Ayer hubo otro discurso, no en película sino en la realidad. Las circunstancias son difíciles aunque no estemos en guerra. Oír que todos somos iguales ante la ley unen en perfecta simbiosis las palabras con los hechos. El final, al igual que el de la película, es bueno y esperanzador.
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