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sábado, 17 de marzo de 2012

Cualidades del buen educador: no echar en cara

Joana Drayton una chica joven de familia acomodada se presenta, de manera inesperada, en su casa acompañada de un joven médico de color –el doctor John Prentice- con el que piensa casarse. Los padres de Joana acogen la noticia con disparidad de opiniones. La señora Drayton, tras superar la sorpresa, se muestra encantada con la decisión de su hija. La ve feliz y eso es suficiente. El señor Drayton no es de la misma opinión.

No ve con buenos ojos ese matrimonio. No comprende cómo su hija ha tomado una decisión tan equivocada. Casarse con un hombre de color supondrá malograr su vida. Y, lo que es peor en el fondo, está indignado consigo mismo. Presume de liberal, ha educado a su hija bajo esos parámetros y ahora, de manera súbita, toda su ideología se viene abajo con una facilidad pasmosa. En definitiva, él, precursor de los derechos de todos los hombres, es víctima de un burdo complejo racista.

Adivina quién viene esta noche dirigida por Stanley Kramer en 1967 es una magnífica película que supone una crítica mordaz a los prejuicios de la clase acomodada norteamericana de la época. Sin embargo, creo que posee un valor añadido. Constituye toda una muestra reflexiva de cómo deben ser las relaciones entre padres e hijos, con independencia de las edades que estos tengan.

Al estilo de las mejores comedias –sin serlo- la trama de la cinta se complica por minutos. El padre del doctor Prentice también se opondrá a la boda. A instancias del señor Drayton hablará con su hijo para persuadirle de su error. Como argumentación, echará en cara a su hijo todo lo que ha hecho por él para que llegue a ser un doctor de prestigio: trabajar como una mula toda su vida, quitarse cosas necesarias tanto él como su madre para pagar sus estudios…

Una retahíla de reproches para convencerle de que debe hacer caso y no casarse. El pausado y equilibrado doctor Prentice estallará contra su padre dándole donde más le duele. (Ver la escena)


En definitiva, el doctor Prentice tiene razón y aunque pueda sonar a transgresor, los hijos no deben nada a sus padres en los términos que aquí se analizan. Y, en definitiva, en ningún término. Aceptar esto es asumir que los hijos no son de los padres y que no cabe otro papel que prepararles para que un día puedan tomar sus propias decisiones. 

¿Se debe algo a los padres por todo lo que han hecho por nosotros? No. En todo caso, la lógica debería funcionar al revés. Son los hijos los que deben darse cuenta de lo que se hace por ellos. Si esto se echa en cara, la relación paterno-filial estará viciada por algún motivo y debe ser el momento de reflexionar.

Ni siquiera hacer todo por los hijos asegura que por ese motivo nos vayan a querer. Expliquemos esto. Se quiere a aquella persona por la que se hacen cosas. Pensamos que por los hijos se debe hacer todo y nos volcamos en esa dirección. Craso error.

Educamos cuando dejamos de ser imprescindibles. Con esta obsesión educativa de hacer todo por los hijos, impedimos que ellos hagan cosas por nosotros. Y si no hacen nada por nosotros, no pretendamos que nos quieran de verdad. Tendrán cariño pero no amor.

Es necesario un giro en las relaciones familiares. Abundan los hogares que parecen hoteles llenos de comodidades pero escaso de amores verdaderos. El calor de hogar se construye cuando los hijos hacen cosas por sacar su casa adelante y hacen cosas por sus padres.

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