Los
pensamientos sin contenidos son ciegos o por qué hay gente que no sabe quién es ni lo que les pasa
Hace
unos días releía un texto de Kant: ¿Qué es la Ilustración? Evitando el rigor
intelectual, podríamos resumir el texto afirmando que para Kant la Ilustración
no es otra cosa que la valentía de que cada uno piense por sí mismo.
Para
conseguir eso es imprescindible que el hombre abandone su autoculpable minoría
de edad, es decir, dejar a un lado su incapacidad para servirse de su propio
entendimiento sin la guía del otro: Sapere aude, atrévete a pensar por ti
mismo.
A
veces ocurren hechos casuales que encierran una gran causalidad. Al terminar la
lectura y salir de la universidad y haciendo espera para coger un tren de
cercanías me tope con un joven universitario que llevaba una camiseta curiosa
por el lema que proponía: Piensa en ti.
La
asociación era inevitable: del piensa por ti mismo kantiano al piensa en ti del
joven hay un salto brutal (quizás letal) que socava los cimientos de nuestra
herencia filosófica.
Hemos
pasado de la búsqueda de la verdad (quizás con errores) a la búsqueda de mi
verdad sin importarnos la posibilidad de error. El giro copernicano kantiano ha
sido pulverizado por un yo incapaz de pensar en algo que no sea él mismo.
Y
creo que la cuestión puede aún estropearse más. Intentaré explicarme. El
pensamiento en vacío no existe. El pensamiento necesita contenidos para ser
realmente pensamiento. No hay fuego si no hay ramas que puedan ser quemadas.
Dicho
de otra manera. Ese joven que piensa en sí mismo ¿qué piensa realmente? ¿En sus
cosas? ¿En el libro que haya leído? ¿En sus estudios? ¿En sus relaciones
personales? No puedo saberlo pero lo que sí sé –lo sabe cualquiera- es que el
pensamiento no sólo necesita contenidos sino también del silencio interior.
Si
nuestro joven protagonista –ya siento no haberle preguntado por su camiseta- no
leyera, no tuviera una cierta vida intelectual, ni siquiera podrá pensar en sí
mismo. Los contenidos del pensamiento son necesarios, y no por cultura, sino
porque son la única manera de poder compararnos con algo para saber quiénes
somos.
Es
lo que les pasa a muchos jóvenes que están en continua crisis porque no saben
ni quiénes son ni qué les pasa. Lógicamente eso les ocurre porque son jóvenes.
Es claro pero es insuficiente la respuesta.
Principalmente
les pasa eso porque no tienen contenidos en su cabeza. Y si no los tengo, no
puedo explicarme a mí mismo. La
experiencia profesional me ha enseñado que los alumnos que leen –hay otros
medios para llenar la cabeza aparte de la lectura- son más estables emocional e
intelectualmente.
Vayamos
a lo del silencio interior. Pongamos un ejemplo. Si me persiguiera un asesino
múltiple en plena noche madrileña, sólo tendría capacidad mental y física para
correr. No me daría para más la situación porque estaría rodeado y encerrado
por las circunstancias.
Salvando
las distancias –el ejemplo es muy forzado- ocurre lo mismo con el pensamiento
cuando éste está rodeado de ruidos. Es incapaz de algo distinto a la nada. El
pensamiento con ruidos es imposible como es imposible que, en mi carrera de
huída, me parara a invitar al asesino múltiple a una cerveza.
El
joven de la camiseta, escuchaba música a todo volumen con sus auriculares y, al
mismo tiempo, mandaba mensajes con tu teléfono móvil. En definitiva, va de
ruido en ruido –la música, los mensajes, las llamadas telefónicas, el estruendo
de fondo de una universidad- y así no se puede pensar.
Que
bueno es, de vez en cuando, pararse, silenciar los ruidos y ponerse a leer algo
interesante.
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