El
discurso no es más que una determinada manera de representar los
acontecimientos. Sin embargo, y esto es lo esencial, construimos nuestra
identidad a remolque de ese discurso.
Esta
afirmación de Foucault puede ser confusa y de difícil interpretación.
Intentaré poner un ejemplo para aclararla. Detrás de toda afirmación hay, por
ejemplo, una autocensura previa que es lo que se denomina lo políticamente
correcto. Salirse de ese marco es caer bajo la crítica despiadada. Al mismo
tiempo, ese esquema previo de lo políticamente correcto está tan instalado en
nuestra psique que, en cierta medida, nuestra personalidad se configura bajo
esos parámetros.
Ejemplo:
La violencia en el seno familiar es violencia de género. Afirmar lo contrario
es inmolarse ante los demás porque te destrozarán vivo. El discurso dominante
es ese: es violencia de género. Si te sales de ese marco, debes ser destruido;
al menos, metafóricamente. Y, al mismo tiempo, terminaremos haciendo propio ese
discurso porque no nos queda otra. Nos construimos nuestra propia personalidad
siguiendo ese juego impuesto.
Los
discursos, por otra parte, generan relaciones de poder. Manda quien crea el
discurso y lo socializa entre el mayor número de personas. Antiguamente, el
poder se ejercía por un monarca absoluto que castigaba con la violencia. Ahora,
detestada la violencia, todo es más sibilino.
Del
poder que castiga hemos pasado al poder de definir a los demás como extraños a
nuestro grupo porque no usan nuestro propio
discurso. Si eres un extraño, quedas expulsado del grupo y anulado. Por
ejemplo, si dices que eso es violencia en el seno familiar, eres un facha.
Simple pero eficaz.
No
escribo estas líneas para referirme a la violencia de género –o violencia en el
seno familiar; quién sabe- sino para referirme a lo que no es más que la
utilización de esta teoría del discurso
para, por ejemplo, disfrazar de sentimiento independentista
aquello que, simplemente, no es mas que un discurso estructurado para
mantener una estructura de poder que no es otra que el nacionalismo.
Dejando
a un lado las siempre difíciles consideraciones de Foucault podríamos afirmar, sin más, que de lo que se trata es de
construir un discurso inteligente y estructurado –la independencia es un
sentimiento- de tal manera que sea difícil salirse de él si no quieres ser
“destruido” o acusado, al menos, de traidor.
En
este punto, por ejemplo, es sintomático que muchos defensores de la
independencia de Cataluña no hayan nacido en Cataluña y sean, por ejemplo,
andaluces o descendientes de andaluces. Es tanta la dependencia que tenemos de
un discurso superior que conforme nuestra identidad -para sentirnos parte de un
todo- que ocurren estas cosas que parecen inexplicables. No lo son. Es algo muy
humano.
El
nacionalismo –cualquier nacionalismo- sabe que un discurso dominante genera
relaciones de poder y dependencia. La retroalimentación está servida y la
solución no es fácil.
Anteponer
a independentismo el discurso de la Constitución puede resultar una solución
para frenarlo pero, en definitiva, no es solución ninguna. Cuando un discurso
choca contra otro, las dos partes se identificarán más fuertemente con su
público y no habrá manera de arreglar nada. Tampoco lo arregla esto el diálogo
o el consenso. No es posible entre dos discursos tan enquistados.
¿La
solución? Creo que la dará el propio transcurso del tiempo. Y, para no
complicar más las reflexiones, intentaré explicitarla con un ejemplo aludiendo
a Truman, protagonista de El show de Truman.
En
su ignorancia, tiene al menos claras dos cosas: quiere viajar y siente
nostalgia por esa chica de la que se enamoró y de la que nunca más supo. Viajar
acerca los discursos y elimina las aritas. Relacionarse con los demás –gentes
de otras regiones- dulcifica las diferencias.
En
definitiva, los nacionalismos quieren construir un muro ficticio para que no
haya mezcolanzas. Estoy convencido de que las nuevas generaciones –si la clase
política no lo rompe todo antes- dejará a un lado estas “tonterías” Un joven
del siglo XXI querrá heterogeneidades y no homogeneidades.
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