Confundir
posibilidades con realidades es frecuente
en esta sociedad en la que se estila el eslogan fácil pero carente de contenidos.
Expliquemos
la afirmación con un sencillo ejemplo. En España hay tan tantos aeropuertos que,
en teoría, las posibilidades de viajar en avión deberían haber aumentado en la
misma proporción –o más- con la que han proliferado
las pistas de despegue y aterrizaje.
Sin
embargo, esto no es así y la razón es sencilla. Hay aeropuertos pero no hay
población suficiente para que los aviones se llenen y el complejo aéreo pueda
tener solvencia económica. Es obvio verlo pero esto no parece tan claro a los ojos
de la clase política.
¿Por
qué? Porque el político medio confunde posibilidad con realidad y -en un salto
ontológico ilegítimo que haría que Sócrates
cambiara la cicuta por algo más contundente para perder la conciencia lo antes
posible- al comprobar que ésta –la realidad de que no hay pasajeros- sume al
aeropuerto en una absoluta ruina, palia el desastre con subvenciones sin
sentido.
Crear
posibilidades no es crear realidades y cuando esto ocurre, esas posibilidades
se convierten, a ojos de todos, en lo que realmente eran desde un principio: un
sueño de grandeza, una sombra de realidad encerrada en una caverna de mentiras.
En
esencia, creo que esto mismo es lo que ocurre a la hora de enjuiciar la formación
universitaria de nuestras jóvenes generaciones. Decir que son los mejores
porque nunca ha habido tantas posibilidades de estudiar en España es lo mismo
que decir que nuestra red aérea es la mejor del mundo porque tenemos
aeropuertos hasta en las azoteas de los edificios.
Espero
equivocarme pero se cerrarán aeropuertos como se cerrarán universidades.
Desaparecerán las oportunidades. Pero, sinceramente, creo que aflorarán, y esta
vez de verdad, la gente mejor preparada. Las oportunidades no crean realidades
pero asumir la realidad es el único camino para crear nuevas posibilidades.
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