La
obra filosófica de Karl Popper (1902-1994) supuso una crítica demoledora a las
pretensiones del positivismo lógico de presentar a la ciencia como paradigma de
conocimiento y progreso continuo. Verificar, de manera absoluta, una
proposición científica resulta imposible. Lo contrario, si es posible, es
decir, indicar cuando una proposición no lo es.
Entrar
en el desarrollo de esta cuestión sería
arduo y largo y, por otra parte, no es el objeto de esta entrada. Pero, para
clarificar a dónde se quiere llegar, pondremos un sencillo ejemplo para aclarar
la propuesta de Popper.
Centrémonos
en el psicoanálisis. ¿Es científico? La herramienta que nos presta Popper es
sencilla y contundente. Muchas proposiciones científicas propuestas por el
psicoanálisis no pueden ser falsadas de ninguna de las maneras. Entre otras
cosas porque lo contrario de muchas de esas proporciones tampoco podría ser
falsado. El psicoanálisis podrá ser sugerente, interesante o lo que se quiera.
Pero de científico, nada.
Introduzcamos,
ahora, la siguiente afirmación: Todo el mundo es inocente mientras no se
demuestre lo contrario. Esto que, afortunadamente, se presenta como un logro de
la democracia no deja de ser una cuestión lógica más antigua que cualquier
régimen político que se quiera poner de ejemplo.
Todo
el mundo es inocente mientras no se demuestre lo contrario porque lo opuesto a
esta afirmación resulta imposible. Demostrar lo que uno no ha hecho no es
posible. En cierta manera, los caminos de la ciencia y del Estado de Derecho discurren
por caminos distintos.
Por
ejemplo, ¿cómo demuestra un político que no ha cobrado en negro? No puede. Es
imposible. No se puede falsar lo que no se ha hecho.
Es
curioso señalar que las aportaciones de Popper al debate científico supusieron,
al mismo tiempo, un saneamiento necesario de la propia democracia. La grandeza
de la democracia estriba en su paralelismo con el saber científico.
¿Por
qué? Es sencillo. Una ley puede ser falsada y cuando esto ocurre se hace
necesario cambiarla por otra. Lo mismo ocurre con los dirigentes políticos. Un
político corrupto, cuando se demuestre su corrupción, debe ser sustituido.
Cerremos
argumentos. Popper fue un claro defensor de la democracia y de su necesaria
limpieza al tener claro los límites de lo que puede ser o no rechazado,
falsado. Y, en el punto que nos ocupa, nunca se le ocurrió pretender que se
demostrara, falsara, lo imposible.
Ante
el espectáculo diario de nuestra clase política, volvamos a las reflexiones de
Popper. Los que pretenden defender la democracia porque exigen que se demuestre
lo que no es posible demostrar hacen, en definitiva, un flaco favor a esa
democracia que pretenden salvaguardar. Evidentemente, los corruptos reales
tampoco.
Tampoco
estaría mal que los tertulianos televisivos leyeran a Popper.
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