El libro VII de la República de Platón comienza con su conocido mito de la caverna; alegoría con la que pretende explicar la situación del ser humano con respecto a la realidad y el conocimiento que, de la misma, pueda tener.
Nos pide Platón imaginarnos a unos prisioneros que habitan en una cueva subterránea desde niños. Están encadenados de tal modo que sólo pueden contemplar el fondo de la morada. Detrás de ellos hay un fuego que ilumina con su luz y, entre los prisioneros y el fuego, hay una especie de muro que hace las veces de aquellos biombos que los titiriteros levantan ante su público para mostrar por encima del mismo sus muñecos.
Entre el muro y el fuego pasean unos personajes que transportan toda clase de objetos en su cabeza. Los prisioneros ven reflejadas las sombras de esos objetos en la pared. Sin embargo, para ellos, esas sombras son la realidad; la auténtica realidad; la única realidad posible.
¿Qué ocurriría si uno de esos prisioneros fuera llevado hacia el exterior para que pudiera contemplar la realidad tal cual es? Sin duda, en primer lugar, sufriría por su nueva situación. La luz del sol le cegaría y le costaría poder ver cosa alguna.
Poco a poco, se iría acostumbrando a mirar las sombras de los objetos hasta, finalmente, en un proceso de afianzamiento, poder contemplar el mismo sol cara a cara. Si este prisionero volviese a la caverna e intentara convencer a sus compañeros de que están instalados en la mentira, sin duda, los otros prisioneros intentarían matarlo.
Cuanta actualidad –triste actualidad- recobra este texto de la Grecia clásica en la Grecia actual. Los ciudadanos griegos atraviesan una situación económica dramática. Quizás –como está ocurriendo en otros muchos países- han estado viviendo durante años en una preciosa caverna en la que abundaba la sensación de felicidad y poderío económico.
Todos se empeñan en sacar a los ciudadanos griegos de su antigua morada. Esa morada artificial que se está desmoronando a pedazos. Sin embargo, con cada intento de auxilio, se adentran aún más y sin posibilidad de salida en una nueva caverna tan peligrosa como la que habitaban inicialmente.
La primera caverna: espejismo de la realidad, sombras de la realidad. La segunda: exceso de realidad. Una realidad que no es posible gestionar cuando, simplemente, lo que se quiere es comer.
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