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miércoles, 22 de febrero de 2012

Los Intocables de Eliot Ness y la corrupción

Eliot Ness es un Agente del tesoro que tiene por delante una tarea ardua: acabar con Al Capone y establecer el orden en el Chicago de la Ley Seca. Es joven, idealista y honrado. Con la ilusión de aquel que piensa que basta con querer hacer el bien para conseguir el éxito dirige su primera operación policial contra el tráfico clandestino de alcohol.

La operación es un fracaso. Eliot comprende que algún miembro de la policía está corrupto. Sólo un chivatazo ha podido ser la causa de tal desastre. Al mismo tiempo, experimenta que se encuentra sólo. Es seguro que no todos los agentes están comprados pero no puede saber quiénes lo están.

Va camino de su casa donde le esperan su mujer y su hija. Se detiene en un puente y saborea un cigarrillo como antídoto de sus negros pensamientos. Al sacar la cajetilla se topa con un papel que su mujer le ha escrito antes de salir de casa. En él le pone, de manera sencilla, que está orgullosa de él. Se siente ridículo. Vaya orgullo fracasado. Enojado, tira el papel al río.

Mientras hace todo esto, un policía, urbano que hace su ronda nocturna, presencia la escena. Es Malone, interpretado de manera magistral por Sean Connery. Éste recrimina la acción de Eliot. El joven agente del tesoro estalla. Cómo puede un simple policía recriminarle una acción tan tonta a él que está sumergido en operaciones policiales sumamente complejas.

La escena es memorable pues la cosa no queda ahí. Este primer encuentro refleja la profesionalidad de Malone. Eliot no es tonto y descubre que acaba de dar con un policía que, sencilla y básicamente, es honrado y buen trabajador. Lo tiene claro. Quisiera contar con Malone.


¿Cómo sabe todo esto Ness si no conoce de nada a ese policía? ¿Le lleva su situación desesperada a hacer juicios precipitados? ¿Se ve tan perdido que es capaz de pensar que un desconocido pueda ayudarle a acabar con Al Capone? Nada de eso.

Como ocurre muchas veces en la vida, lo más sencillo es lo que más se acerca a la verdad. Eliot sabe todo esto simplemente porque Malone cuida las cosas pequeñas en su trabajo. Quien se molesta por un papel arrojado –cosa pequeña- es seguro que sabrá defender cosas más importantes.

Este asunto da para muchas consideraciones, por ejemplo educativas. Pero eso será ocasión para un próximo Post. En éste quisiera resaltar otro aspecto. Quien cuida lo pequeño es más difícilmente sobornable. No hace falta ser un lince para saber esto.

La corrupción política no surge de pronto ni con dimensiones estratosféricas. Se empieza con algo pequeño para terminar con algo grande y difícil de esconder. Al mismo tiempo, si se hace lo que no se debe y no se corrige –la impunidad o el que se siente impune va a siempre a más- el proceso de corrupción puede resultar letal e imparable.

Lo lógico sería que un político –o aquellos que sin serlo tienen representación del Estado- fuera honrado porque deber ser así y sin más. Sinceramente pienso que la mayoría lo son. El resto, necesita dos tipos de controles.

Que el que esté a su lado no mire hacia otra parte. El que calla, otorga y se hace copartícipe de lo que calla. En segundo lugar, la transparencia: tenemos el derecho de conocer el patrimonio de aquellos que, de alguna manera, nos representan. Ocultar este dato, por desgracia, da desconfianza.

En un mundo mediático, la única manera de parar los juicios mediáticos es adelantarse a los acontecimientos. Ser como Malone. Cuidar los detalles. Es decir, hacer públicas las cuentas: transparencia.

¿Criminalizar al que no lo haga? Por supuesto que no. Pero tampoco que luego se empeñen en matar al mensajero por caer en las redes de un juicio mediático. Haber sido transparente. Hoy en día, todos somos mensajeros.

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