El
15 % de la población mundial se acuesta con hambre y el 20 % se levanta con
sobrepeso
El
almuerzo con una buena conversación siempre dignifica el hecho de comer sin que
esto suponga afirmar que el hecho de comer, por sí mismo, tenga que ser malo de
manera necesaria.
En
ocasiones, como ha ocurrido hoy, la comida se convierte en uno de esos momentos;
momentos nobles en los que aprendes y escuchas con atención comentarios y datos
como el referido al inicio de este post.
Es
mayor el número de personas con sobrepeso que los que pasan hambre. Los dos
datos por separado son, de por sí, aterradores. Unidos, hacen tangible el
famoso Capricho número 43 de Goya; aquel que nos dice que el sueño de la razón
produce monstruos.
925
millones de personas sufren hambre crónica en el mundo, según datos de la FAO. 1500
millones personas sufren sobrepeso, según datos del Informe Nacional de Desastres
elaborado, anualmente, por la Cruz Roja.
Son
datos que me producen perplejidad. Mucho más cuando uno experimenta que no sabe
qué podría hacer para paliarlos de alguna manera. Por eso, quisiera, al menos,
dirigir la reflexión de este Post hacia lo que me parece crucial en este tipo de
situaciones extremas.
Esta
sociedad llamada de manera pomposa postmoderna o líquida –o cualquier otro término
ridículamente pomposo que se le quiera designar- es más bien una sociedad que ha
olvidado el necesario término medio que hace posible que una sociedad se reconozca
así misma para poder calificarse de digna.
Aristóteles
afirmaba que tan peligrosa es ante un desastre –por ejemplo, un incendio- la actitud
de un temeroso que huye del peligro y no hace nada para socorrer a las posibles
víctimas como la del temerario, es decir, la persona que se lanza sin pensarlo
a socorrer a las víctimas. Ninguna de las dos posturas arreglará nada.
Esto
no supone que no haya que ser radical para erradicar los males señalados. Significa
más bien lo contrario. Porque en la pobreza de unos está el despilfarro de otros
al igual que entre el temerario y el temeroso está el prudente.
Aristóteles
llamaba al hombre virtuoso, hombre justo. Cultivarla justicia a pequeña escala y
a gran escala es la única solución posible para estas situaciones lamentables. Cuando
la justicia desaparece, la razón produce monstruos perdurables.
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