No hace falta
valor para apretar un gatillo, pero si para madrugar cada día y vivir de tu
trabajo.
Robert
De Niro se estrena como director con esta historia del Bronx en el año 1993
usando como molde el guión de su amigo –y coprotagonista de la película- Chazz
Palminteri.
Calogero,
un pequeño de nueve años, vive en el Bronx, es decir, la mayor parte del tiempo
lo pasa en la calle observando como los mafiosos resuelven sus cuentas y
amplían sus negocios. Estamos en los años sesenta.
Sonny
–Chazz Palminteri- es el capo de la zona. Calogero lo
observa continuamente. Aprende sus ademanes, su manera de andar, su peculiar
manera de señalar con el dedo. Calogero es un niño. Sonny es el que manda y al
que todos respetan. Es normal que el pequeño sienta atracción hacia esa figura.
Ocurre
lo inevitable. Sonny mata a alguien –al final se sabrá por qué- en plena
calle. Calogero lo presencia. Sonny huye de la escena. La policía
descubre que el niño lo ha visto todo. Le obligan a asistir a una rueda de
reconocimiento para que señale a Sonny como culpable.
Calogero,
que es un niño pero no tiene un pelo de tonto, dice a la policía que ninguno de
los que está allí ha cometido el asesinato. La ley del silencio es algo que se
aprende sin necesidad de que nadie te lo explique. El chivato siempre malogra
su vida en este tipo de ambientes.
Tras
estos hechos, giran las tornas. Sonny siente interés por apadrinar a ese
niño que ha sabido cubrirle las espaldas. Aquí empieza la trama de la película.
Calogero crecerá entre dos presencias adultas constantes. El mafioso –es
mafioso pero quiere bien al niño- y su padre, un honrado conductor de autobús
que ve con enorme preocupación las extrañas relaciones de su hijo con los
mafiosos.
Aquí
empieza la trama y el tema esencial de Una historia del Bronx: el papel
de un padre en la educación de su hijo. La situación límite –un hijo captado
por un gangster- ofrece pistas más que sugerentes para el quehacer diario de
padres y educadores. Sólo dos apuntes para no alargar el post.
Cuando
seas mayor lo entenderás
Frase
que el padre repite machaconamente a su hijo. Es cierto que a los hijos hay que
explicarles las cosas pero eso no implica que sólo deban hacerlas si las
comprenden. Cuanto daño está haciendo en la educación el pretendido diálogo con
los hijos –si son pequeños- y el consenso para conseguir actitudes positivas en
su comportamiento.
A
los hijos hay que decirles lo que tiene que hacer y si no lo entienden, ya lo
entenderán. No pasa nada y nadie se coge una depresión por eso. Si no decimos a
los hijos lo que tiene que hacer, otros lo harán por nosotros y, entonces,
vendrán los lamentos.
Hasta
los doce años, un niño acepta que se le diga lo que tiene que hacer. A partir
de esa edad, lo interesante es que quiera contarte lo que hace.
Di a
tu hijo lo que tiene que hacer. Una familia no es un convenio colectivo que
haya que pactar, dialogar y consensuar.
Mi
padre no es como los demás
La
escena final de la película es definitiva. No la contaré por si alguien tiene
curiosidad por visionarla por primera vez. Sólo apunto la frase del un ya
crecido Calogero. Mi padre no es como los demás.
El
padre de Calogero –Lorenzo- lo tiene claro. Es padre y no colega o amigo
de su hijo. Ejerce como padre y sabe que tiene a su favor un tesoro que un
padre nunca debería olvidar (Esto se nos olvida porque vivimos en la prisa
continua y queremos resultados inmediatos y problemas mínimos) El tiempo
siempre juega a favor de un padre que ejerce como tal. Un hijo, tarde mucho o
poco, regresa siempre a sus orígenes, a su casa, a sus apellidos.
¿Cómo
se consigue esto? La clave: saber esperar y saber estar. Es lo que hace
Lorenzo. No atosiga a su hijo ya crecido. Sólo sabe estar disponible porque,
inevitablemente, su hijo acudirá a él tarde o temprano si, y sólo sí, si se ha
sabido estar disponible todos los días en cualquier cuestión cotidiana que
ocurra (Un ejemplo para no perdernos: Lorenzo enseña a su hijo afeitarse)
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