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domingo, 30 de diciembre de 2012

Culturas y locuras


Suponiendo una  naturaleza común a todos los hombres, es fácil sustentar la tesis que afirma la existencia de una correspondencia entre cultura y enfermedades mentales (Cfr. R. Gómez Pérez, Iguales y distintos, Introducción a la antropología cultural)

Las culturas absolutistas, aquellas que exigen demasiado a los ciudadanos, se sustentan en la represión. Tan fuerte es ésta que, en ocasiones, la única salida, para el individuo, es la enfermedad mental.

Curiosamente, ocurre lo mismo en aquellas sociedades en las que su entramado cultural no exige nada, o casi nada, a sus ciudadanos. Con el paso de los años, se genera en esa sociedad un hastío que socava la necesidad de cualquier esfuerzo personal produciéndose, finalmente, la extensión de un virus patológico, letal, que no es otro que la pérdida del sentido de la vida.

Parafraseando a Freud, quizás el equilibrio perfecto entre cultura y salud mental esté en aquellas –culturas- que propicien un desarrollo armonioso y sosegado de los cimientos de cualquier personalidad: amar y trabajar. El amor y el trabajo sólo enriquecen cuando trascienden el objeto amado o trabajado.

Tras los sucesos ocurridos en Newtown, Connecticut, en los que un joven asesinó a 20 niños en una escuela primaria, no debería olvidarse esa estrecha relación existente. Unos hechos que no tienen fácil explicación si se olvida lo apuntado.


No defiendo en estas líneas un determinismo cultural. Entre otras cosas, porque bien demostrado está ya que ese determinismo es anacrónico y acientífico. Si defiendo la necesidad de integrar la ética en las decisiones políticas.

Una cultura que fomenta el uso de armas como si fuera lo mismo que usar monopatines debería reflexionar de manera urgente ante esta realidad. Sosteniendo las tesis de Victoria Camps, en su El gobierno de las emociones, la moral, la ética, debe actuar en aquello que es evitable o debería ser de otra manera.

Creo que esta es la obligación de cualquier gobernante. Difícil es, por desgracia, evitar que alguien cometa una masacre. Inútil es preguntarse los motivos que llevan a una persona a cometer semejante atrocidad. Lo urgente, es dificultar tal posibilidad.

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