La
figura política de Adolfo Suárez siempre me ha cautivado de manera especial.
Quizás porque haya sido un político de raza; quizás porque hizo posible lo
imposible con una sagacidad incuestionable; quizás por su vocación de servicio
a la sociedad con inmensa generosidad personal; quizás por su ejemplar honradez
personal.
O,
tal vez, todo sea mucho más simple. Los años de la transición fueron, en
esencia, tiempos de una ilusión desbordada por hacer bien las cosas. Al frente
de esa ilusión, estaba Adolfo Suárez y, eso, no se olvida.
Adolfo
Suárez, que acierto, que inmenso acierto. Y, por cierto, de Su Majestad el Rey.
Eso, tampoco se olvida. La memoria no es histórica. La memoria debe ser
agradecida. Si no se recuerda para agradecer, la venganza se hará dueña de no
se sabe qué recuerdos.
Acabo
de terminar de leer Puedo prometer y prometo, Mis años con Adolfo Suárez
del gran periodista Fernando Ónega.
De
Fernando Ónega es el famoso Puedo prometer y prometo, estribillo
pegadizo con el que el presidente Suárez ganó –si, fue así- las primeras
elecciones de la nueva democracia.
También,
de Fernando Ónega, es otra cita, que ha pasado a los anales de nuestra reciente
historia. La frase, la pronuncia Adolfo Suárez en su discurso, ante las cortes
franquistas, para defender la ley que regulará el derecho a la asociación política:
“Hay que elevar a la categoría política de normal lo que a nivel de calle es
simplemente normal”.
No
pretendo esbozar, en esta Entrada, una reflexión sobre esta última obra de
Fernando Ónega. Más bien, quisiera detenerme en las dos célebres frases señaladas para, así, y teniendo en cuenta
nuestra actual crisis institucional y política, realizar un humilde homenaje a
Adolfo Suárez.
Los
ciudadanos creyeron ese puedo prometer y prometo de Suárez. Entre otras
razones porque Suárez luchaba, con pasión, para que lo que era normal en la
calle fuera también, normal, en nuestras leyes y en la manera de hacer política.
La
credibilidad no es una virtud personal. Es una virtud que te otorgan los demás.
Es lo mejor que le puede pasar a un político; que el pueblo te otorgue esa
credibilidad. Esto significa, más allá de diferencias ideológicas, que ese político
ha sabido gestionar ese clamor popular para hacerlo realidad.
Ese fue
el gran acierto, político y personal, de Adolfo Suárez. Y es lo que, hoy en día,
se echa en falta. Nuestra crisis institucional no es debida a la crisis económica.
Nuestra crisis institucional es una crisis de credibilidad. El clamor de la
calle va en dirección opuesta a la gestión de nuestros políticos.
Necesitamos
políticos como Adolfo Suárez. No necesitamos ideologías. Necesitamos gestores honrados
de los problemas sociales.