Sufrir
sin saber porque se sufre es, realmente, el gran problema a solucionar que
tiene el sufrimiento.
Si
se sufre porque uno ha sido, conscientemente, la causa de ese sufrimiento,
evidentemente, se pasa mal pero uno no pierde su identidad del todo. Queda
dónde agarrarse y se sabe lo que hay que hacer: cambiar.
Cuando
uno sufre, sin ser la causa de ese sufrimiento, ocurre lo siguiente: empieza
una cascada de pensamientos que se retroalimentan hasta el infinito: si sufro y
no he hecho nada malo, si me hacen sufrir sin yo provocarlo, será porque hay
algo en mí que es malo, que soy malo, que no sirvo.
El
segundo paso, es inevitable. Como soy yo el malo, callo. Porque no se puede
contar aquello que no tiene una causa.
Esto
es lo que pasa cuando un niño, una niña, es objeto de acoso. Sufre y calla y la
situación se torna, en poco tiempo, insostenible. El inicio de cualquier ayuda
ante esta situación es conseguir que ese niño, que esa niña, rompa su silencio.
Todo
esto me ha hecho apreciar la valentía de Carla, de Silay Alkma, en una
entrevista que he oído, hace unas horas, en el programa de las mañanas del fin
de semana de la cadena Cope. Y, aparte de su valentía, la sabiduría de su
proyecto: Rompe el silencio. Porque esa es la clave inicial a manejar.
Invito
a conocer este proyecto en www.silenciosamente.com
ya que lo que pueda reflejar en esta Entrada sólo sería un mal resumen de lo
que allí se cuenta de manera adecuada.
Sólo
quisiera apuntar una reflexión.
La
prevención del acoso, su tratamiento, necesita un cambio de perspectiva
urgente. Hablar de acosador, acosado, problema, víctima, perfiles psicológicos,
etc. no está dando resultado alguno.
Como
indica Carla, sólo desde una adecuada educación de las emociones, conseguiremos
vías de solución ante este problema que hace sufrir a muchos niños y a
cualquier persona con sensibilidad.
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