Antes
de desarrollar las implicaciones filosóficas de esta propuesta cinematográfica
de Alfred Hichtcock –La soga ofrece interesantes paralelismos con el
pensamiento de F. Nietzsche- puede resultar divulgativo exponer algunos aspectos
técnicos y cinematográficos que hacen que esta película se haya convertido en
una de las más emblemáticas del director inglés.
La
soga, estrenada en 1948, es una adaptación de la obra teatral Rope,
escrita por Patrick Hamilton en 1929. Ésta, a su vez, se basa en hechos reales
acontecidos en años anteriores en la Universidad de Chicago y que tuvieron una
enorme influencia mediática en la época.
Es
la primera película dirigida por A. Hichtcock en color. A esta dificultad
técnica, debe añadírsele la osadía de grabar la película en un solo plano
secuencia, ocurrencia magistral que sólo se vio dificultada por las
limitaciones de capacidad de los antiguos rollos de las películas. La película,
al completo, sólo consta de nueve tomas.
Por
tal motivo, cada diez minutos, aproximadamente, se hacía necesario que la
cámara enfocara una zona oscura (normalmente, la chaqueta de algunos de los
personajes) para poder proceder, así, al cambio de rollo. Hichtcock consigue lo
pretendido: nos presenta la historia en tiempo real, desde las 19.30 hasta las
21.15 horas. Gran maestría técnica del maestro del suspense.
Los
ventanales (espléndida maqueta) que cierran el escenario en el que transcurre
la trama –una habitación de un apartamento- acompañan esa temporalidad de la
historia con sus cambios de luces.
Pocas
historias cinematográficas poseen el inicio desgarrador de La soga. Un primer
plano de un estrangulamiento. Sin embargo, lo importante a reseñar es la
estrategia de suspense que crea, desde el inicio, Hichtcock. El espectador sabe
lo mismo que los protagonistas y, en algunas escenas, más que los propios
protagonistas. La angustia, así, está servida.
Los
diálogos (son tan buenos que no hace necesaria el acompañamiento musical), más
allá de otorgar a la película una firme base filosófica, constituyen el
auténtico pilar de la trama ya que es el recurso de la palabra el que resolverá
las dudas y temores de los protagonistas y de los espectadores. Aunque no lo
considero esencial, sin duda A. Hichtcock utiliza, también, esta herramienta
para mostrar, sin dar lugar a confusión alguna, la homosexualidad de los dos
jóvenes protagonistas.
Magnífica
actuación de los actores, especialmente de James Stewart. La pericia técnica de
grabar de continuo, exigía a los actores la perfección en el rodaje durante
esos mencionados diez minutos de grabación sin cortes, montando y desmontando
decorados sobre la marcha y, todo ello, exigiendo una planificación meticulosa
de los movimientos de la cámara.
La
soga, pesimista en su mensaje y desoladora en sus diálogos, no deja de ser una muestra
de maestría técnica y narrativa.
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