Sospechosos
habituales sigue siendo, hasta el momento, el mejor trabajo de Bryan
Singer. Mérito, no obstante, que no debe atribuírsele. Sospechosos
habituales debe gran parte de su éxito al formidable guión de Christopher
MacQuarrie y a la magistral interpretación de Kevin Spacey. Muestra de lo
apuntado es que esta película consiguiera dos Premios de la Academia en 1996:
mejor guión y mejor actor de reparto.
Siendo
una película sobradamente conocida por todo cinéfilo, prescindiremos de su
trama para centrarnos en la idea central sobre la que pivota todo su argumento.
Ésta no es otra que la siguiente: El mejor truco que el diablo inventó fue
convencer al mundo de que no existía, sentencia que Kevin Spacey espeta,
mientras es interrogado, a Chalz Palminteri.
¿Quién
es el diablo en Sospechosos habituales? Keyser Söze,
poderoso y enigmático jefe criminal. Su crueldad es legendaria. Nadie le ha
visto y si alguno lo ha hecho no estará vivo para contarlo. Sobre Keyser Söze,
sobre su existencia o no, como ocurre con el diablo, pivotará toda la propuesta
argumentativa de la película.
El
mayor triunfo de Keyser Söze consistirá en que todos pensarán que, en
definitiva, no existe porque, una de dos, o es un montaje o tiene la suficiente
inteligencia para no ser descubierto jamás. O si se le descubre, se llega
irremisiblemente tarde.
Es
lo que le ocurre al agente que investiga el caso que da continuidad a la trama
de la cinta. Y es lo que le ocurre, no nos engañemos, al público que queda
perplejo ante al gran truco de magia que Bryan Singer ha sabido hacer delante
de sus narices. Sin duda, este es el gran acierto de Sospechosos
habituales.
El
diablo es lo contrario a un mago. Con la magia sabemos que hay truco y, por
eso, ningún mago, que se precie, nos mostrará nunca su secreto. El diablo
muestra todas sus cartas sabedor de que al hacerlo pensaremos que no hay truco
alguno y que, por tanto, al conocer todas sus cartas, pensaremos que no existe.
Lograda
metáfora argumental, sin duda. Y, al menos, perplejidad ante el resultado final
que nos propone Bryan Singer. Porque, en definitiva, Keyser Söze es
transparencia absoluta. Tanto, que nadie es capaz de observarla.
Nuestra
sociedad actual ha encumbrado la transparencia como uno de sus valores
absolutos. Me pregunto que valor puede tener esa transparencia cuando el mayor
truco consiste en mostrarlo todo para seguir ocultando lo que no interesa que
sea visto. La sombra de Keyser Söze sigue siendo alargada.
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