Número de visitas

sábado, 14 de diciembre de 2013

Sospechosos habituales

Sospechosos habituales sigue siendo, hasta el momento, el mejor trabajo de Bryan Singer. Mérito, no obstante, que no debe atribuírsele. Sospechosos habituales debe gran parte de su éxito al formidable guión de Christopher MacQuarrie y a la magistral interpretación de Kevin Spacey. Muestra de lo apuntado es que esta película consiguiera dos Premios de la Academia en 1996: mejor guión y mejor actor de reparto.
 
Siendo una película sobradamente conocida por todo cinéfilo, prescindiremos de su trama para centrarnos en la idea central sobre la que pivota todo su argumento. Ésta no es otra que la siguiente: El mejor truco que el diablo inventó fue convencer al mundo de que no existía, sentencia que Kevin Spacey espeta, mientras es interrogado, a Chalz Palminteri.
 
¿Quién es el diablo en Sospechosos habituales? Keyser Söze, poderoso y enigmático jefe criminal. Su crueldad es legendaria. Nadie le ha visto y si alguno lo ha hecho no estará vivo para contarlo. Sobre Keyser Söze, sobre su existencia o no, como ocurre con el diablo, pivotará toda la propuesta argumentativa de la película.
 
 
 
 
El mayor triunfo de Keyser Söze consistirá en que todos pensarán que, en definitiva, no existe porque, una de dos, o es un montaje o tiene la suficiente inteligencia para no ser descubierto jamás. O si se le descubre, se llega irremisiblemente tarde.
 
Es lo que le ocurre al agente que investiga el caso que da continuidad a la trama de la cinta. Y es lo que le ocurre, no nos engañemos, al público que queda perplejo ante al gran truco de magia que Bryan Singer ha sabido hacer delante de sus narices. Sin duda, este es el gran acierto de Sospechosos habituales.
 
El diablo es lo contrario a un mago. Con la magia sabemos que hay truco y, por eso, ningún mago, que se precie, nos mostrará nunca su secreto. El diablo muestra todas sus cartas sabedor de que al hacerlo pensaremos que no hay truco alguno y que, por tanto, al conocer todas sus cartas, pensaremos que no existe.
 
Lograda metáfora argumental, sin duda. Y, al menos, perplejidad ante el resultado final que nos propone Bryan Singer. Porque, en definitiva, Keyser Söze es transparencia absoluta. Tanto, que nadie es capaz de observarla.
 
Nuestra sociedad actual ha encumbrado la transparencia como uno de sus valores absolutos. Me pregunto que valor puede tener esa transparencia cuando el mayor truco consiste en mostrarlo todo para seguir ocultando lo que no interesa que sea visto. La sombra de Keyser Söze sigue siendo alargada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario