De la insoportable levedad del ser a la broma
Cuando Milan Kundera escribe su insoportable levedad del ser en 1984 se retrotrae a la Praga de finales de los sesenta para contarnos –con una genial escritura e igual genialidad en el más gusto descriptivo- la decadencia existencial del protagonista.
Tomás
no es otra cosa que metáfora de un régimen marxista que se descompone a
borbotones. La levedad es insoportable cuando la existencia está ahogada por la
ausencia de la libertad personal.
Todo
lo demás –esa interpretación tan de Kundera de sintetizar la filosofía
de Nietzsche con aquello que jamás dijo el filósofo- es mero recurso
argumentativo para glosar una historia que no tiene más remedio que ser
contada.
La ausencia de libertad es directamente proporcional a la levedad de una vida. Dado este caso, el único recurso es contar esa historia.
Catorce
años más tarde, Milan Kundera publica La Lentitud.
Continúa esa insoportable levedad del ser como telón de fondo de su escritura.
Sin embargo, -con igual maestría y mal gusto- ofrece, quizás, una posible
solución: el redescubrimiento de la lentitud para remansar el ocaso del ser: el
grado de velocidad es directamente proporcional a la intensidad del olvido.
Todo esto es sólo el motivo narrativo para recuperar del olvido una película de 1972, La huella, dirigida por Joseph L. Mankiewicz e interpretada, de manera magistral, por Laurence Olivier y Michael Caine.
Los
méritos cinematográficos de la película son diversos: -Guión inteligente y con
dosis de humor que requieren de esa misma inteligencia para ser comprendidos.
–Valiente adaptación al cine de la obra de teatro homónima. –Enfrentamiento
interpretativo entre los dos actores que no dan un ganador claro. –Un inicio
–ese jardín laberíntico- que es una declaración de intenciones.
Y lo
que me parece más importante. La verdadera apuesta ideológica de Mankiewicz. Una solución vital a la insoportable
levedad existencial de uno de sus protagonistas. Esta no es otra que llevar la
broma y el juego, como estilo de vida, a su máxima expresión.
Milan Kundera escribió La lentitud por puro gusto. Mankiewicz hace de éste –otra cosa no es el juego sino el hacer por gusto- el motor de su película.
Quizás –es seguro- tanto una propuesta como
la otra se queden cortas. Al leer a Kundera o ver el cine de Mankiewicz
experimentamos, al menos, que el ser humano es algo más que intentos fallidos
de existencia.
No obstante, el buen cinéfilo disfrutará con esta película que obliga a contar poco de ella para no desvelar lo que no debe ser contado para no estropear la historia. Como las vidas que no quieran ser pura levedad.
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