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martes, 14 de agosto de 2012

¿Es bueno arrepentirse?


Todas las canciones tienen un estribillo. Es la necesaria parte pegadiza, destinada al público, que necesita de la repetición para aprender una letra. Sólo cuando algo se aprende, cabe la posibilidad de que ese algo  guste. Lo saben los músicos y lo sabe el que compra un disco.

Entre los adolescentes, se repite un estribillo –los medios de comunicación lo denominan ahora pomposamente como mantra- que sale a colación en cualquier tipo de conversación que mantengan: No me arrepiento de nada.  

Tal afirmación en gente joven creo que no tienen especial importancia. Un joven no tiene pasado. Tiene un presente confuso y un futuro lejano que anhela. Sin pasado, el arrepentimiento –que es memoria- permanece inactivo.

Preocupante me parece esta afirmación en personas que ya dejaron la juventud atrás. Con los años, uno es más pasado que futuro. El tiempo es vida y también la condición de posibilidad de no haber hecho uno lo que debe.

Creo que esto lo compartimos todos. También los que sostienen que no hay que arrepentirse de nada. La misma construcción de la frase ya deja entrever que se asume, al menos, que hay cosas que uno no ha hecho bien.

Sin embargo, tener conciencia de que uno debe arrepentirse de lo que haya hecho mal es dignificante, nos ofrece la posibilidad de ser mejores y, además, es garantía de salud mental.


Para acompañar el razonamiento de tal afirmación recurriré a la poesía para evitar, así, los argumentos circulares de la filosofía y las casuísticas laberínticas de la psicología. El olvidado Luis Rosales y su poema Autobiografía me parecen idóneos. 

Como el náufrago metódico que contase las olas que le bastan para morir;
y las contase, y las volviese a contar, para evitar errores,
hasta la última,
hasta aquella que tiene la estatura de un niño y le cubre la frente,

Es cuestión de tiempo –la vida se encarga de eso-  que resulte inevitable echar la vista hacia atrás. Si uno ha vivido sin conciencia de arrepentimiento alguno, no podrá evitar convertirse en un náufrago rodeado por las aguas de todo aquello que debió hacer y no hizo y por todo aquello que hizo y no debió llegar nunca a convertirse en realidad. Esta realidad se torna dramática en el ocaso de la vida.

Por otra parte, la memoria, adormecida durante años, es traicionera. Saca del recuerdo hasta lo más vergonzoso de una vida para buscar la herida (la estatura de un niño…) 

así he vivido yo con una vaga prudencia de caballo de cartón en el baño,
sabiendo que jamás me he equivocado en nada,
sino en las cosas que yo más quería.

Enfrentarse a la vida con la prudencia de un caballo de cartón en el baño puede parecer pusilánime. No lo creo. La prudencia no es otra cosa que sabiduría que sabe tomarse su tiempo.

Por eso, el final del poema me parece definitivo. El cariño, cuando es sano, reconoce que el arrepentimiento es la señal de que en nuestras relaciones personales buscamos el bien de quienes nos rodean y no el provecho propio.

Esta no es la esencia del arrepentimiento pero sí la casilla de salida para comprender que ese no arrepentirse de nada significa, sin más, que uno no ha querido nunca a nadie. Buen estribillo que se aprende pronto.

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