La
verdad es como una manta que siempre te deja los pies fríos
Todd
Anderson –uno de los alumnos protagonistas del El club de los poetas
muertos- tiene serios problemas personales. No sabe quién es ni lo que
quiere. Sinceramente, creo que sus problemas se agravan porque se equivoca en
su análisis.
Confunde
los efectos –sus problemas- con la causa de los mismos. Esta no es otra que la
falta de cariño por parte de sus padres.
Mientras no asuma esa realidad, no soltará lastre ni asentará su vida.
Lo
único útil que hace el afamado profesor John Keating –por cierto, un
peligro de profesor y dañina película para el público adolescente- es zarandear
la pasividad de Todd Anderson por medio de la poesía.
Emblemática
es la escena en la que un nervioso Anderson sale a la pizarra y es
obligado por Keating a expresarse sin inhibiciones (Un estilo freudiano
que lo empeoraría de sus males; pero, en fin, no deja de ser una película) Todd
encuentra su camino liberador por medio de las metáforas.
La
metáfora, como bien indica Howard Gardner en Las cinco mentes
del futuro, ayuda a dar vida a los conceptos. Los conceptos bien elaborados
sobre uno mismo posibilitan el situarse en la vida porque uno descubre quién
es.
Las imágenes,
las metáforas y los temas impactantes ayudan a educar la mente
sintética. Intelectuales como Adam Smith usaron estas
construcciones para explicar verdades tan complejas como la regulación de los
mercados: la mano invisible que los estructura.
Lo
mismo ocurre con las narraciones. Guerra y Paz no hubiera sido
posible si León Tolstói no hubiera tenido esa portentosa mente
sintética.
En
un Post anterior se intentó explicar la necesidad de formar a las nuevas
generaciones en este tipo de mente. Los ejemplos mencionados son maneras
de conseguirlo. El problema surge cuando en la escuela, el trabajo de los
alumnos –especialmente los de Primaria- está supeditado al material que
proporcionan los libros de textos.
No
critico esos materiales. Son necesarios pero necesitan actualizarse a las
necesidades de esta nueva sociedad en la que vivimos. ¿Por qué? Para tener una mente
sintética, hay que ponerse a hacer síntesis. Los libros de textos –o
quizás el profesor que se limita a este material como único método de
enseñanza- ya tienen elaboradas esas síntesis.
Así,
volvemos a lo de siempre. Un alumno aburrido que memoriza lo que le ponen por
delante cuando debería ser él el que elaborara ese material –sintetizar- que
debe aprender.
Dejemos
las redacciones aburridas de lo que ha hecho tal niño en verano. Pidámosle que
realice una narración sobre sus vacaciones. Dejemos de preguntar qué es lo que
más le ha gustado de esa lectura obligatoria. Preguntemos mejor si podríamos
decir del protagonista si tiene dientes sudorosos.
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